Ataque artero del Imperio
El
artero ataque tuvo lugar entre el 15 y el 20 de Marzo de 1983. Lo he contado en
muy pocas ocasiones sin embargo ha estado circulando a través de mi portal de Internet
por algunos años. Mi actitud ante el hecho era de poca importancia no obstante
la magnitud sentimental tan elevada. Debido en parte a que por esas fechas no
había en México ningún organismo que defendiera los derechos de los artistas
plásticos, y en parte por una actitud mía tal vez errónea sobre la importancia
del hecho en términos artísticos y mi poco sentido para la publicidad
individual, es decir pecando de humilde, nada hice al respecto excepto de
algunos intentos exiguos poco después del percance.
Una
vez más me decidí a contarla para ilustrar que la actitud intolerante y hasta
racista, de las autoridades Estadounidenses apostadas en aduanas y fronteras
con México no es reciente.
Los
dibujos numerados del 1 al 76 son copias de obras que me fueron arrebatadas por
la policía de Nueva York en las fechas indicadas arriba. El hecho sucedió
cuando yo regresaba de Europa vía Nueva York. Regresaba yo después de una
estadía de casi dos años durante los cuales desempeñé una intensa actividad
plástica y política dentro del movimiento de solidaridad Europeo. Conmigo traía
un tubo de cartón repleto de dibujos a lápiz y al carboncillo así como diseños
impresos de carteles y volantes que yo había diseñado durante mi estancia por
allá.
Muchos
me alertaron sobre el hecho de que en la aduana del aeropuerto en la ciudad
citada, eran extremadamente rabiosos. Yo argumentaba que no ingresaría a los
Estados Unidos, simplemente abordaría una conexión de vuelo para México, es
más, decía yo ingenuamente, yo no lo he escogido así, es la compañía de vuelos
quien lo hace rutinariamente desde décadas atrás, de modo que de alguna manera
tendrá que haber garantías para los pasajeros que usan de sus servicios. Nada
de eso funcionó pues al bajar de la aeronave europea y dirigirme a mi conexión
de vuelo hacia México en el mismo aeropuerto, -no salí de los confines del
aeropuerto John F. Kennedy (JFK), simplemente porque no era posible sin una
visa ya que había controles aduanales por todas partes-, fui interceptado por
policías neoyorkinos quienes decían traer órdenes de arrestarme e interrogarme.
Seguidamente me llevaron a unas oficinas dentro del mismo aeropuerto y
procedieron a torturarme sicológicamente por varias dias. Me acusaban de
traficante de armas para las guerrillas centroamericanas y querían que les
diera nombres, contactos y lugares de acopio, traslado y remitente de los
“cargamentos”. Me abofetearon varias veces sin que yo pudiera darles la
información que requerían lo cual era prácticamente imposible para mí, puesto
que yo nada tenía que ver con todo eso. Ellos argüían que tenían información de
mí tanto desde México como desde Europa, y entonces haciendo alarde de su poder
inquisitivo me presentaron con mi tubo de dibujos y diseños que mencione arriba.
De acuerdo a sus pesquisas de inteligencia (no la de ellos sino que así se le llama
a la actividad detectivesca y de espionaje) ahí estaban las pruebas de lo que
se me acusaba. En otras palabras, mi arte se había convertido en prueba de un
“delito” que los Estados Unidos de América se arrebataban el derecho de
fabricarme a mí. Después de horas de interrogatorio donde yo no podía tener
opiniones sino solamente contestar a sus preguntas, me dejaron en paz por unos
momentos seguidamente del cual regresaron con el veredicto de que iban a
incautarme mis obras porque los temas tratados en ellas atentaban contra la
seguridad del estado de la Unión Americana y
que
me iban a mantener arrestado por dos días más en espera de mayores resultados
en la investigación de mi caso. Al cabo del tercer día por la mañana me
despertaron muy temprano y dirigiéndose hacia mi con toda clase de improperios
me llevaron hasta el avión de Mexicana de Aviación que me llevaría rumbo a
México (hoy en día hubiera sido hacia la Bahía de Guantánamo donde tienen a
todos los acusados falsamente de ser terroristas).
Si
la impotencia que sentí los tres días que pasé en los separos policíacos del
JFK me llenaron de una cólera incontenible e inmensa al mismo tiempo que de una
profunda depresión ante semejante atropello de mi fuero individual, nada de eso
disminuyó al arribar a México porque en el Aeropuerto Internacional Benito
Juárez (AICM) de esos días reinaba el caos y la intolerancia como nunca antes.
Me perdieron mis maletas y los maleteros eran un atajo de mulas broncas a
quienes no se les podía preguntar nada sin que se molestaran; los oficinistas
con trato despectivo y renuentemente tomaron nota de mi queja. Me sugirieron
regresar al día siguiente porque al parecer mis maletas se habían “retrasado”
en Nueva York por razones que ellos no podían explicar. Jamás vi mis maletas
otra vez. Días después presenté mi queja a una incipiente Procuraduría del
Consumidor quien no perdió el tiempo en mostrar su incompetencia,
burocracia y falta de respeto hacia mi queja (Así eran todas las Instituciones
del Estado Mexicano de esos días, ¿serán diferentes hoy?)
Viéndome
bajo un ataque letal en mi integridad humana y ciudadana, me sumí en una
depresión peligrosamente no creativa. Mi costumbre de no hablar con nadie de
mis congojas personales, mucho menos a mi familia de entonces, sin embargo hice
el esfuerzo de implicar el ´art establishment´ mexicano con mi caso sin
resultado alguno. Mandé cartas al Uno mas Uno, el Universal, el Día, El Excélsior,
traté de contactar a Raquel Tibol, Juan Acha, entre otros. Tal vez la falta de
atención de mi caso en esos días se debió a mi falta de fama y fortuna como
artista o como ciudadano. Recuérdese que el ‘descubrimiento´ de los derechos
humanos ocurrió varios lustros después.
Por
supuesto que un artista sin fama, sin dinero y sin derechos ciudadanos como lo
era yo en esos días (hoy en día sigo sin fama ni fortuna pero ya se me
´descubrieron´ mis derechos ciudadanos hoy llamados humanos, pero de los cuales
se tiene todavía mucho que desear) no ameritaba atención alguna, o ¿tal vez las
amenazas extraterritoriales del departamento de inteligencia de los Estado
Unidos se encargaron del resto? ¿No era mi arte el peligroso sino mi accionar
político tanto en México en el pasado reciente y el Europeo? El caso de los
cubanos en el Sherton en el 2006 nos alerta de esa posibilidad y nos deja mucho
en que pensar.
Después
del fracaso en alertar al ‘art establishment’ mexicano sobre mi caso me sumí en
una depresión bien honda la cual duró varios meses y me hizo perder mucho
tiempo creativo. El solo hecho de pensar que toda mi obra gráfica surgida
durante una época de intensa actividad creativa de más de un año y que alcanzó
una madurez técnica y conceptual crucial para mi carrera posterior, había sido
expropiada, arrebatada tan atroz como injustamente por el enemigo más poderoso
de la humanidad sobre la tierra en este momento, primero me llenó de congoja
pero después se tornó en orgullo y júbilo al reconsiderar el caso y finalmente
comprender y evaluar que cada categoría filosófica sobre este último desde
Platon pasando por Winckelman, Kant, Hegel, Adorno hasta Juan Acha y Raquel
Tibol (guardando las comparaciones de profundidad filosófica), por un extraño
sentimiento sentía que apoyaban mi causa y que además le podía adicionar el
hecho de que había hecho enojar al monstruo y que todo eso junto significaba
más
para
mi carrera artística que toda la atención que el “art establishment mexicano”
me pudiera haber dado. Todo eso se quedó dentro de mí mismo. Nunca mencioné
jamás el caso de una manera pública a nadie, me lo trague todo, al tiempo de
que no recibí apoyo de nadie. En el intento de superar el impase me dedique a profundizar
en mi memoria y empecé a rehacer las obras robadas; el resultado final no
figuro exactamente al original por razones tanto técnicas como de memoria pero
considere el producto último como una metáfora del original. Nunca terminé la serie y hasta el día de hoy todavía me siento visitado
por la memoria de aquellas obras. En mi corta estancia en México mi actividad
creativa continuó por su cauce normal pero esta vez ligado a un cada vez más
intenso activismo político que me llevo una vez más a gozar del odio del estado
mexicano como lo fue antes lo cual me llevó a mi primer exilio en 1979.
Varias
de esas actividades políticas contribuyeron a la fundación del PRD -de triste memoria
ahora- en Cd. Netzahualcóyotl; otras se relacionaron con el CLETA (centro
artístico de experimentación teatral y artística) y con los grupos artísticos y
culturales afines más los que se escindieron de ahí; y algunos más que se denominaban
como clandestinos de los cuales es obvio que no debo hablar aquí. El
conglomerado total de dichas intervenciones indistintamente artísticas y
políticas me ganaron otra vez la represión policiaca por lo cual tuve que
guarecerme y al final salir del país otra vez hacia Europa donde me mantuve por
casi cinco lustros. De mis correrías y el activismo social y político en
conjunción con la práctica del arte en Europa será el motivo de un libro
aparte.
Arturo Reyes